Se dice que todo el mundo recuerda ese día en que un ángel y un diablo se pelean sobre tu hombro para intentar conducir tus futuros pasos. En mi caso fue a los 13 años, en la puerta del colegio, pero esa es una historia muy larga que no viene a cuento contar hoy. Sólo diré que aquel día decidí ser un niño bueno, y mi lado oscuro se fue de copas para siempre con mi hermanito…
Ayer viví uno de esos días familiares que tanto me gustan, en el que junto a mi esposa e hijita, nos decidimos a hacerle un lavado de cara a nuestra casa. Lo primero fue cambiar las texturas de las paredes y los suelos, dándole un toque más mediterráneo. Malva se había cansado de tanta piedra, y a mi me apetecía darle un poco de colorido a nuestro hogar.
La pequeña terraza es el lugar donde más horas pasamos al cabo del día, y desde hace mucho tiempo, un problema de prims nos había impedido adornarla con algún que otro asiento. La verdad es que me encanta estar de pie, pero Malva es más de descansar en una buena tumbona, así que pusimos un par de hamacas y un sofá.
Después de un buen baño en la playa de Pelican, nos dispusimos a estrenar nuestro nuevo comedor, de estilo oriental, y como Malva hacía tiempo que tenía ganas de probar el sushi, no se nos ocurrió nada mejor para estrenar la cubertería, que unos delicatessen japoneses.
Después de la siesta, me puse un rato a bloguear en el pc, y Lorenita aprovechó para hacer sus deberes antes de la cena.
Como cada noche, antes de dormir le contamos un cuento a Lorenita, esta vez sobre la historia de cómo nos conocimos, y poco a poco, mirando la foto que su abuelo Xamal nos hizo el día de nuestra boda, se quedó dormidita.

En días como estos, sonrío mientras pienso que soy afortunado por poder vivir una vida sencilla y discreta, sin "
deja vus". Seguramente mi vida resulte de lo más aburrida, pero es la que me hace feliz...